Define su escritura como muy plástica, que llena sus obras de palabras que no existen, o no antes de que ella las plasmara en un cuaderno, es una persona a quien en el plano profesional le gusta experimentar con sus personajes, y jugar que las diferentes métodos de la construcción de una obra.
Laia Jufresa (México, 1983) es la autora de Umami (Mondadori), una novela que constituye una propuesta literaria original en su afán por explorar la amplia gama de sensaciones y emociones que el ser humano –en distintas etapas de la vida– experimenta.
Una novela coral en la que los personajes aprenden a reinventarse para hacer frente a las adversidades y superar sus pérdidas, y es precisamente Laia Jufresa, quien radica en Madrid, España, quien charló conmigo a propósito del lanzamiento de su novela en nuestro país, lo que se convirtió en una intensa plática sin cortapisas, “en medio de tantas entrevistas…” que Laia otorgó debido a su apretada agenda.
Jorge Iván Garduño (JIG): ¿Cómo encuentras México tras año y medio de ausencia?
Laia Jufresa (LJ): México, sobre todo, es como una bola de efectos, un cúmulo de emociones, y ahora llego con ‘hijito’. Aunque vengo sólo por promoción de Umami, es emocionante.
JIG: ¿Cómo se describe la situación que vive México desde el extranjero?
LJ:… En realidad yo sigo lo que sucede en México porque soy mexicana, pero en realidad no se ve o se difunde tanto de México en el extranjero, muchas ocasiones yo hablo de lo que sucede en México y me voltean a ver diciendo “¿en serio?”. Digamos que Ayotzinapa o Iguala fueron muy mediáticos, pero yo hablo fuera de México que estas cosas llevan pasando hace mucho. Yo misma viví una terrible situación en Creel, Chihuahua, en la que asesinaron a 14 personas durante una balacera, y tras ese hecho decidí “yo no quiero vivir en México”, aunque no me fui precisamente por esas situación, pero fue en ese momento cuando uno vive el dolor y la tristeza de la situación de nuestro país.
JIG: Laia, eres una chica joven, talentosa y que tu obra literaria es reconocida por importantes escritores, ¿cómo vislumbras la generación literaria mexicana nacida a partir de 1980, que cuenta con las herramientas de las redes sociales y que vive momentos como los de Ayotzinapa?
LJ: Creo que esta nueva generación, por un lado, está viendo la desesperanza por todos lados, y por otro lado, tiene el derecho y la fuerza de reinventarse y de proclamarse dueños de este momento histórico, además que viene con ganas de cambiar las cosas, eso es muy valiente, porque creo que parte de una de las muchas cosas culturales que tenemos en México como pueden ser: “siempre ha habido corrupción o déjalo así es o roban pero ‘poquito’”, pero la violencia ha ido escalando, escalando, escalando, y me espanta y a la vez me cuestiono: ¿en qué momento nos acostumbramos?, y yo no puedo vivir con eso, por eso no vivo en México, porque no me quiero acostumbrar a la violencia.
JIG: ¿Qué significa para ti la literatura y el ejercicio literario?
LJ: En mi vida cotidiana hay una diferencia entre la escritura y la literatura, la escritura es la cosa con la que yo me despierto todos los días, es la cosa que le he dedicado toda la vida, la cosa con la que poco a poco he ido aprendiendo a profesionalizarme y digo eso porque a veces pensamos en la literatura como pensamos en pedestales, en escritores y no sé qué… y la verdad es que es una chamba más que tiene sus días buenos y sus días malos, y por eso pienso en la escritura, porque siento que se nos olvida que tiene su proceso para llegar a esto: el libro. Pero detrás de un libro hay muchísimos años picando piedra, llenando cuadernos, borrando, aprendiendo, siendo más exigente con uno mismo, recibiendo críticas, haciendo malabares con el ego, todas esas cosas que implican la escritura y que son importantes para mí en la manera en la que pienso mi oficio. Porque mi compromiso es con la escritura, más que con la literatura.
JIG: Malcolm Gladwell se refiere a las regla de las 10 mil horas, el número mínimo de horas que hay que dedicar a una tarea compleja para dominarla a un nivel profesional y así alcanzar el éxito en un área o disciplina específica. ¿En qué momento recuerdas que hayas comenzado estas 10 mil horas y con qué escrito?
LJ: Justo, durante estos días he estado pensando sobre lo de las 10 mil horas, porque también dicen que son aproximadamente 10 años para completarlas, y yo comencé a escribir a los 15 años –teatro hacía desde los 6–, y pensaba que me iba a dedicar al teatro, pero a los 18 años de edad regresé a México haber realizado mis estudios preparatorios en Francia y estar escribiendo teatro en francés, me inscribí en la Escuela Dinámica de Escritores de Mario Bellatin, y ahí fue cuando escribí mi primer cuento como una de mis primeras tareas, y para mí fue amor a primera vista. Me dije: “wooou ¿yo puedo hacer esto?”, sin actores, sin directores, sin el escenario, a diferencia del teatro, y a pesar de que estaba muy comprometida con el teatro dije “esto es mucho más divertido”, y así comencé en la narrativa y no he parado, posteriormente en 2004 recibí mi primera beca y en 2014 se publicó mi primera obra de cuentos, y aunque me ha costado desarrollar mi propia voz, estoy muy contenta con haberme tardado mucho, porque el resultado me es satisfactorio.
JIG: ¿Cuánto tiempo te llevó escribir ese primer cuento?
LJ: En realidad los cuentos los escribo muy rápido, pero luego me llevo años limpiándolos, ahora con Umami descubrí que era mucho más divertido escribir novela que escribir cuento. Por cierto, les cuento a mis amigos que el cuento es como una relación de una noche y la novela es como una relación próspera. Así los siento.
JIG: ¿Cómo fue la concepción de ‘Umami’ que se publica bajo el sello Mondadori?
LJ: Umami pensaba que iba a ser un libro de cuentos, mucho antes de que se llamara Umami. Cuando comencé con estos personajes, primeramente hice una selección de 10 cuentos que estuve escribiendo a lo largo de 10 años, y una vez que me senté a trabajar con ellos, sentí la necesidad de que uno repercutiera en el otro, o que un personaje de una historia reapareciera en otra, pero desde el inicio estaban tan relacionados que era una misma cosa, por lo que finalmente decidí que las voces estaban tan empalmadas que tenías que conocerse, y eso derivó en una novela, en una novela que se cuenta de adelante hacia atrás, que tiene que ver con el duelo mismo que se trata en el libro.
JIG: ¿Cómo es tu relación con los personajes de Umami?
LJ: Te voy a contar: cuando terminé la novela, me pasó algo que nunca me había pasado, y es que me dio un ataque de llanto, fue como una despedida. Después de que la entregué estuve llorando todo un fin de semana –porque fueron personas con las que estuve viviendo dos años, aunque sólo vivan en mi cabeza, yo me despertaba en la madrugada para apuntar alguna frase que uno de los personajes decía–, fue una relación tan cotidiana que cuando se acabó lloré muchísimo. Un día estaba hablando por teléfono con mi mamá, y le estaba tratando de explicar lo que estaba sintiendo y ella me preguntó “¿Y los ves? ¿Tienes una imagen de ellos?”, y yo nunca me lo había preguntado, pero veo a los que narro en tercera persona, que son Tina y Marina –tenga una imagen de ellas, aunque no las describa–, pero a los que narro en primera persona (Alfonso, Ana y Luz), no tengo una imagen, son voces, voces que me habitaron durante dos años. Creo que esa es mi relación,
JIG: ¿Qué te han exigido tus personajes o qué te has exigido como escritora para Umami?
LJ: En realidad estoy decidida a explotar al máximo mi condición de escritora sin hijos –aún–, porque todos te lo dicen, cuando te conviertes en madre o padre tu mirada del mundo cambia, y por supuesto que quiero ser madre, pero mientras eso llega, quiero experimentar al máximo mi condición de ‘no madre’, o de ‘hija’, así que todos mis personajes no tienen hijos, y esa sí fue una decisión primordial cuando inicié la redacción de Umami.
JIG: ¿Cuál es la carga simbólica de Umami?
LJ: De forma consciente, no tiene ningún simbolismo. Inconscientemente, es una historia sobre duelo, pero sobre ese momento en que termina el duelo y la vida vuelve a germinar, en ese sentido, toda la relación con la milpa, las plantas y el alimento, tiene que ver con esa cosa de dar vida en un lugar donde parecía que ya no la iba haber. En ese sentido, un patio en un lugar contaminado es como un lugar improbable para sembrar maíz, pero esto es lo que la protagonista quiere hacer. Respecto al sabor del umami, también lo relaciono con esto. El Umami es un sabor que si tu pones más glutamatomonosódico –dependiendo a qué se lo pongas- si te pasas, muy pronto va a lo salado o a lo dulce, por eso es tan difícil de reconocer el sabor, porque tiene una vida muy corta en el paladar. Y a mí me interesaba tocar ese momento de la tragedia, aunque el libro no es una tragedia, no es un drama, tampoco es una comedia, pero a mí me interesaba habitar ese espacio en donde todo puede girar a la tragedia, al drama o hacia la comedia, porque estos personajes están muy dolidos pero también están haciendo su vida para reinventarse. Pueden estar muy tristes por el duelo, o muy felices porque están sembrando y cosechando vida.
Categóricamente la escritura de Laia Jufresa es una letra que no da concesiones a nada y que explora la otredad y los límites humanos, una escritora que ciertamente la palabra fascinante podría ser el adjetivo ideal para definir su prosa, y Umami es muestra tangible de ello.
Jorge Iván Garduño
@plumavertical
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