TEXTO PUBLICADO EL 15 DE JULIO DE 2017
La principal arteria de São Paulo, la Avenida Paulista, el pasado miércoles fue escenario de dos manifestaciones al mismo tiempo. Una a favor del expresidente Luiz Inacio Lula da Silva y una más, a pocos metros de ésta, en contra del mismo personaje.
Y es que, tras el fallo del juez de primera instancia, Sergio Moro, quien le ha condenado a nueve años y medio de cárcel por corrupción, en todo Brasil se vive un ambiente de claroscuros, ya que Lula da Silva es su político más querido, y al día de hoy continúa siendo un icono de la izquierda latinoamericana, y está a nada de convertirse en el primer expresidente brasileño condenado por corrupción.
El ambiente hoy en Brasil, y durante las próximas semanas y meses sin duda, son las de personas aplaudiendo, así como lamentando la noticia. El “gigante” latinoamericano acumula cinco años de exasperante crisis política, en el que el pueblo muestra cada vez más hartazgo con la clase dirigente, de izquierda a derecha, su mayor superviviente se puede consolar en que su caída al menos solo ha dividido al pueblo.
Partidarios de Lula apuntan que aún puede recurrir a una segunda instancia: ganar las elecciones y escudarse en el aforamiento de la presidencia antes de la nueva sentencia, o ser declarado inocente, pero no será anda fácil, porque todavía quedan otras cuatro sentencias esperando ser publicadas, por lo que su futuro se vislumbra muy sombrío.
El Partido de los Trabajadores no ha encontrado quién sea capaz de recoger el capital político de Lula. El principal beneficiado con todo resulta ser Jair Bolsonaro, el segundo en las encuestas, un exmilitar que ha sido apodado el Trump brasileño debido a sus exabruptos machistas, sexistas y autoritarios.
Así el escenario sin Lula da Silva.